
TEXTO
4
1- ¿Desde
cuándo conoce a Jacinta
2- ¿Qué parentesco tenían? ¿Es
una relación natural que se casen
3- ¿Crees
que podía estar enamorado de ella? ¿Por qué?
4-
¿Qué diferencias crees que hay entre lo que siente por una y por otra mujer?
5-
¿Crees que son complementarias en su vida? ¿Qué le da una y qué la otra?
Porque Jacinta era una chica de prendas excelentes,
modestita, delicada, cariñosa y además muy bonita. Sus lindos ojos estaban ya
declarando la sazón de su alma o el punto en que tocan a enamorarse y enamorar.
Barbarita quería mucho a todas sus sobrinas; pero a Jacinta la adoraba; tenía la
casi siempre consigo y derramaba sobre ella mil atenciones y miramientos, sin
que nadie, ni aun la propia madre de Jacinta, pudiera sospechar que la criaba
para nuera. Toda la parentela suponía que los señores de Santa Cruz
tenían puestas sus miras en alguna de las chicas de Casa-Muñoz, de
Casa-Trujillo o de otra familia rica y titulada. Pero Barbarita no pensaba en
tal cosa. Cuando reveló sus planes a D. Baldomero, este sintió regocijo, pues
también a él se le había ocurrido lo mismo.
Lo peor del caso era que nunca le había pasado por
las mientes casarse con Jacinta, a quien siempre miró más como hermana que como
prima. Siendo ambos de muy corta edad (ella tenía un año y meses menos que él)
habían dormido juntos, y habían derramado lágrimas y acusádose mutuamente por
haber secuestrado él las muñecas de ella, y haber ella arrojado a la lumbre,
para que se derritieran, los soldaditos de él. Juan la hacía rabiar,
descomponiéndole la casa de muñecas, ¡anda!, y Jacinta se vengaba arrojando en
su barreño de agua los caballos de Juan para que se ahogaran... ¡anda! Por un
rey mago, negro por más señas, hubo unos dramas que acabaron en leña por
partida doble, es decir, que Barbarita azotaba alternadamente uno y otro par de
nalgas como el que toca los timbales; y todo porque Jacinta le había cortado la
cola al camello del rey negro; cola de cerda, no vayan a creer... «Envidiosa».
«Acusón»... Ya tenían ambos la edad en que un misterioso respeto les prohibía
darse besos, y se trataban con vivo cariño fraternal. Jacinta iba todos los
martes y viernes a pasar el día entero en casa de Barbarita, y esta no tenía
inconveniente en dejar solos largos ratos a su hijo y a su sobrina; porque si
cada cual en sí tenía el desarrollo moral que era propio de sus veinte años,
uno frente a otro continuaban en la edad del pavo, muy lejos de sospechar que
su destino les aproximaría cuando menos lo pensasen.
El paso de esta situación fraternal a la de amantes no le
parecía al joven Santa Cruz cosa fácil. Él, que tan atrevido era lejos del
hogar paterno, sentíase acobardado delante de aquella flor criada en su propia
casa, y tenía por imposible que las cunitas de ambos, reunidas, se convirtieran
en tálamo.
- MAXIMILIANO RUBÍN
TEXTO 1
- Lee
la presentación que Galdós hace de él antes de conocer a Fortunata y contesta a
las siguientes preguntas:
1-
¿Es inteligente?
2-
¿Estudia Farmacia por vocación?
3- ¿Qué
hace su tía para que apruebe?
4- ¿Cómo
es físicamente?
5- ¿Por
qué miraba a los soldados desde su casa?
6- ¿Qué
imaginaba cuando andaba solo por la calle?
7- ¿En
qué categorías encuadraba a las mujeres? ¿Cómo era su relación con ellas?
Juan Pablo, que siempre
se había equivocado en lo referente a sí mismo y andaba por caminos torcidos,
acertó al disponer que su hermano pequeño siguiese la carrera de Farmacia.
Muchas personas que no hacen más que disparates, poseen esta perspicacia del
consejo y de la dirección de los demás, y no dando pie con bola en los destinos
propios, ven claro en los del prójimo. En tal decisión tuvo además bastante
parte un grande amigo del difunto Nicolás Rubín y de toda la familia (el
farmacéutico Samaniego, dueño de la acreditada botica de la calle del Ave
María), prometiendo tomar bajo sus auspicios a Maximiliano, llevársele de
mancebo o practicante con la mira de que, andando el tiempo, se quedase al
frente del establecimiento.
Empezó
Maximiliano sus estudios el 69, y su hermano y su tía le ponderaban lo bonita
que era la Farmacia y lo mucho que con ella se ganaba, por ser muy caros los
medicamentos y muy baratas las primeras materias: agua del pozo, ceniza del
fogón, tierra de los tiestos, etcétera... El pobre chico, que era muy dócil,
con todo se mostraba conforme. Lo que es entusiasmo, hablando en plata, no lo
tenía por esta carrera ni por otra alguna; no se había despertado en él
ningún afán grande ni esa curiosidad sedienta de que sale la sabiduría. Era tan
endeble que la mayor parte del año estaba enfermo, y su entendimiento no veía
nunca claro en los senos de la ciencia, ni se apoderaba de una idea sino
después de echarle muchas lazadas como si la amarrara. Usaba de su escasa
memoria como de un ave de cetrería para cazar las ideas; pero el halcón se le
marchaba a lo mejor, dejándole con la boca abierta y mirando al cielo.
Fueron
penosísimos los primeros pasos en la carrera. La pereza y la debilidad le
retenían en el lecho por las mañanas más tiempo del regular, y la pobre doña
Lupe pasaba la pena negra para sacarle de las sábanas. Levantábase ella muy
temprano, y se ponía a dar golpes con el almirez junto a la misma cabeza del
durmiente, que las más de las veces no se daba por entendido de tal estruendo.
Luego le hacía cosquillas, acostaba al gato con él, le retiraba las sábanas con
la debida precaución para que no se enfriase. El sueño se cebaba de tal modo en
aquel cuerpo, por las exigencias de la reparación orgánica, que el despertar
del estudiante era obra de romanos y una de las cosas en que más energía y
constancia desplegaba doña Lupe.
El
muchacho estudiaba y quería cumplir con su deber; pero no podía ir más allá de
sus alcances. Doña Lupe le ayudaba a estudiar las lecciones,
animábale en sus desfallecimientos, y cuando le veía apurado y temeroso por la
proximidad de los exámenes, se ponía la mantilla y se iba a hablar con los
profesores. Tales cosas les decía, que el chico pasaba, aunque con malas notas.
Como no estuviese enfermo, asistía puntualmente a clase, y era de los que
traían mayor trajín de notas, apuntes y cuadernos. Entraba en el aula cargado
con aquel fardo, y no perdía sílaba de lo que el profesor decía.
Era de
cuerpo pequeño y no bien conformado, tan endeble que parecía que se lo iba a
llevar el viento, la cabeza chata, el pelo lacio y ralo. Cuando estaban juntos
él y su hermano Nicolás, a cualquiera que les viese se le ocurriría proponer al
segundo que otorgase al primero los pelos que le sobraban. Nicolás se había
llevado todo el cabello de la familia, y por esta usurpación pilosa, la cabeza
de Maximiliano anunciaba que tendría calva antes de los treinta años. Su piel
era lustrosa, fina, cutis de niño con transparencias de mujer desmedrada y
clorótica. Tenía el hueso de la nariz hundido y chafado, como si fuera de
sustancia blanda y hubiese recibido un golpe, resultando de esto no sólo
fealdad sino obstrucciones de respiración nasal, que eran sin duda la causa de
que tuviera siempre la boca abierta. Su dentadura había salido con tanta
desigualdad que cada pieza estaba, como si dijéramos, donde le daba la
gana. Y menos mal si aquellos condenados huesos no le molestaran nunca; ¡pero
si tenía el pobrecito cada dolor de muelas que le hacía poner el grito más allá
del Cielo! Padecía también de corizas y las empalmaba, de modo que resultaba un
coriza crónico, con la pituitaria echando fuego y destilando sin cesar. Como ya
iba aprendiendo el oficio, se administraba el yoduro de potasio en todas las
formas posibles, y andaba siempre con un canuto en la boca aspirando brea,
demonios o no sé qué.
Dígase
lo que se quiera, Rubín no tenía ilusión ninguna con la Farmacia. Mas no estaba
vacía de aspiraciones altas el alma de aquel joven, tan desfavorecido por la
Naturaleza que física y moralmente parecía hecho de sobras. A los dos o tres
años de carrera, aquel molusco empezó a sentir vibraciones de hombre, y aquel
ciego de nacimiento empezó a entrever las fases grandes y gloriosas del astro
de la vida. Vivía doña Lupe en aquella parte del barrio de Salamanca que
llamaban Pajaritos. Maximiliano veía desde la ventana de su tercer piso a los
alumnos de Estado Mayor, cuando la Escuela estaba en el 40 antiguo de la calle
de Serrano; y no hay idea de la admiración que le causaban aquellos jóvenes, ni
del arrobamiento que le producía la franja azul en el pantalón, el ros, la
levita con las hojas de roble bordadas en el cuello, y la espada... ¡tan
chicos algunos y ya con espada! Algunas noches, Maximiliano soñaba que tenía su
tizona, bigote y uniforme, y hablaba dormido. Despierto deliraba también,
figurándose haber crecido una cuarta, tener las piernas derechas y el cuerpo no
tan caído para adelante, imaginándose que se le arreglaba la nariz, que le
brotaba el pelo y que se le ponía un empaque marcial como el del más pintado.
¡Qué suerte tan negra! Si él no fuera tan desgarbado de cuerpo y le hubieran
puesto a estudiar aquella carrera, ¡cuánto se habría aplicado! Seguramente, a
fuerza de sobar los libros, le habría salido el talento, como se saca lumbre a
la madera frotándola mucho.
Los
sábados por la tarde, cuando los alumnos iban al ejercicio con su fusil al
hombro, Maximiliano se iba tras ellos para verles maniobrar, y la fascinación
de este espectáculo durábale hasta el lunes. En la clase misma, que por la
placidez del local y la monotonía de la lección convidaba a la somnolencia, se
ponía a jugar con la fantasía y a provocar y encender la ilusión. El resultado
era un completo éxtasis, y al través de la explicación sobre las propiedades
terapéuticas de las tinturas madres, veía a los alumnos militares en su estudio
táctico de campo, como se puede ver un paisaje al través de una vidriera de
colores.
Los
chicos de la clase de Botánica se entretenían en ponerse motes
semejantes a las nomenclaturas de Linneo. A un tal Anacleto que se las tiraba
de muy fino y muy señorito, le llamaban Anacletus obsequiosissimus; a Encinas,
que era de muy corta estatura, le llamaban Quercus gigantea. Olmedo era muy
abandonado y le caía admirablemente el Ulmus sylvestris. Narciso Puerta era
feo, sucio y mal oliente. Pusiéronle Pseudo-Narcissus odoripherus. A otro que
era muy pobre y gozaba de un empleíto, le pusieron Christophorus oficinalis y
por último, a Maximiliano Rubín, que era feísimo, desmañado y de muy cortos
alcances, se le llamó durante toda la carrera Rubinius vulgaris.
Al
entrar el año de 1874, tenía Maximiliano veinticinco y no representaba aún más
de veinte. Carecía de bigote, pero no de granos que le salían en diferentes
puntos de la cara. A los veintitrés años tuvo una fiebre nerviosa que puso en
peligro su vida; pero cuando salió de ella parecía un poco más fuerte; ya no
era su respiración tan fatigosa ni sus corizas tan tenaces, y hasta los
condenados raigones de sus muelas parecían más civilizados. No usaba ya el
ioduro tan a pasto ni el canuto de brea, y sólo las jaquecas persistían, como
esos amigos machacones cuya visita periódica causa espanto. Juan Pablo estaba
entonces en el Cuartel Real, y doña Lupe dejaba a Maximiliano en libertad,
porque le creía inaccesible a los vicios por razón de su pobreza física, de su
natural apático y de la timidez que era el resultado de aquellas desventajas. Y
además de libertad, dábale su tía algún dinero para sus placeres de mozo,
segura de que no había de gastarlo sino con mucho pulso. Inclinábase el chico a
economizar, y tenía una hucha de barro en la cual iba metiendo las monedas de
plata y algún centén de oro que le daban sus hermanos cuando venían a Madrid.
En la ropa era muy mirado, y gustaba de hacerse trajes baratos y de moda, que
cuidaba como a las niñas de sus ojos. De esto le sobrevino alguna presunción, y
gracias a ella su figura no parecía tan mala como era realmente. Tenía su buena
capa de embozos colorados; por la noche se liaba en ella, metíase en el tranvía
y se iba a dar una vuelta hasta las once, rara vez hasta las doce. Por aquel
tiempo se mudó doña Lupe a Chamberí, buscando siempre casas baratas, y Maximiliano
fue perdiendo poco a poco la ilusión de los alumnos de Estado Mayor.
Su
timidez, lejos de disminuir con los años, parecía que aumentaba. Creía que
todos se burlaban de él considerándole insignificante y para poco. Exageraba
sin duda su inferioridad, y su desaliento le hacía huir del trato social.
Cuando le era forzoso ir a alguna visita, la casa en que debía entrar imponíale
miedo, aun vista por fuera, y estaba dando vueltas por la calle antes de
decidirse a penetrar en ella. Temía encontrar a alguien que le mirara con
malicia, y pensaba lo que había de decir, aconteciendo las más de las veces que
no decía nada. Ciertas personas le infundían un respeto que casi casi era
pánico, y al verlas venir por la calle se pasaba a la otra acera. Estas
personas no le habían hecho daño alguno; al contrario, eran amigos de su padre,
o de doña Lupe o de Juan Pablo. Cuando iba al café con los amigos, estaba muy
bien si no había más que dos o tres. En este caso hasta se le soltaba la lengua
y se ponía a hablar sobre cualquier asunto. Pero como se reunieran seis u ocho
personas, enmudecía, incapaz de tener una opinión sobre nada. Si se veía
obligado a expresarse, o porque se querían quedar con él o porque sin malicia
le preguntaban algo, ya estaba mi hombre como la grana y tartamudeando.
Por
esto le gustaba más, cuando el tiempo no era muy frío, vagar por las calles,
embozadito en su pañosa, viendo escaparates y la gente que iba y venía,
parándose en los corros en que cantaba un ciego, y mirando por las ventanas de
los cafés. En estas excursiones podía muy bien emplear dos horas sin cansarse,
y desde que se daba cuerda y cogía impulso, el cerebro se le iba calentando,
calentando hasta llegar a una presión altísima en que el joven errante se
figuraba estar persiguiendo aventuras y ser muy otro de lo que era. La
calle con su bullicio y la diversidad de cosas que en ella se ven, ofrecía gran
incentivo a aquella imaginación, que al desarrollarse tarde, solía desplegar
los bríos de que dan muestras algunos enfermos graves. Al principio no le
llamaban la atención las mujeres que encontraba; pero al poco tiempo empezó a
distinguir las guapas de las que no lo eran, y se iba en seguimiento de alguna,
por puro éxtasis de aventura, hasta que encontraba otra mejor y la seguía
también. Pronto supo distinguir de clases, es decir, llegó a tener tan buen
ojo, que conocía al instante las que eran honradas y las que no. Su amigo Ulmus
sylvestris, que a veces le acompañaba, indújole a romper la reserva que su
encogimiento le imponía, y Maximiliano conoció a algunas que había visto más de
una vez y que le habían parecido muy guapetonas. Pero su alma permanecía serena
en medio de sus tentativas viciosas: las mismas con quienes pasó ratos
agradables le repugnaban después, y como las viera venir por la calle, les huía
el bulto.
Agradábale
más vagar solo que en compañía de Olmedo, porque este le distraía, y el goce de
Maximiliano consistía en pensar e imaginar libremente y a sus anchas,
figurándose realidades y volando sin tropiezo por los espacios de lo posible,
aunque fuera improbable. Andar, andar y soñar al compás de las piernas,
como si su alma repitiera una música cuyo ritmo marcaban los pasos, era lo
que a él le deleitaba. Y como encontrara mujeres bonitas, solas, en parejas o
en grupos, bien con toquilla a la cabeza o con manto, gozaba mucho en afirmarse
a sí mismo que aquellas eran honradas, y en seguirlas hasta ver a dónde iban.
«¡Una honrada! ¡Que me quiera una honrada!». Tal era su ilusión... Pero no
había que pensar en tal cosa. Sólo de pensar que le dirigía la palabra a una
honrada, le temblaban las carnes. ¡Si cuando iba a su casa y estaban en ella
Rufinita Torquemada o la señora de Samaniego con su hija Olimpia, se metía en
la cocina por no verse obligado a saludarlas...!

- III -
De
esta manera aquel misántropo llegó a vivir más con la visión interna que con la
externa. El que antes era como una ostra había venido a ser algo como un poeta.
Vivía dos existencias, la del pan y la de las quimeras. Esta la hacía a veces
tan espléndida y tal alta, que cuando caía de ella a la del pan, estaba todo
molido y maltrecho. Tenía Maximiliano momentos en que se llegaba a convencer de
que era otro, esto siempre de noche y en la soledad vagabunda de sus paseos.
Bien era oficial de ejército y tenía una cuarta más de alto, nariz
aguileña, mucha fuerza muscular y una cabeza... una cabeza que no le dolía
nunca; o bien un paisano pudiente y muy galán, que hablaba por los codos sin turbarse
nunca, capaz de echarle una flor a la mujer más arisca, y que estaba en
sociedad de mujeres como el pez en el agua. Pues como dije, se iba calentando
de tal modo los sesos, que se lo llegaba a creer. Y si aquello le durara, sería
tan loco como cualquiera de los que están en Leganés. La suerte suya era que
aquello se pasaba, como pasaría una jaqueca; pero la alucinación recobraba su
imperio durante el sueño, y allí eran los disparates y el teje maneje de unas
aventuras generalmente muy tiernas, muy por lo fino, con abnegaciones,
sacrificios, heroísmos y otros fenómenos sublimes del alma. Al despertar, en
ese momento en que los juicios de la realidad se confunden con las imágenes
mentirosas del sueño y hay en el cerebro un crepúsculo, una discusión vaga entre
lo que es verdad y lo que no lo es, el engaño persistía un rato, y Maximiliano
hacía por retenerlo, volviendo a cerrar los ojos y atrayendo las imágenes que
se dispersaban. «Verdaderamente -decía él-, ¿por qué ha de ser una cosa más
real que la otra? ¿Por qué no ha de ser sueño lo del día y vida efectiva lo de
la noche? Es cuestión de nombres y de que diéramos en llamar dormir a lo que
llamamos despertar, y acostarse al levantarse... ¿Qué razón hay para que no
diga yo ahora mientras me visto: 'Maximiliano, ahora te estás echando a dormir.
Vas a pasar mala noche, con pesadilla y todo, o sea con clase de Materia
farmacéutica animal...?'».
Visiona el episodio 4 donde se presenta a Maximiliano y
contesta a las siguientes preguntas:
1-¿Cómo
cambia su personalidad tras conocer a Fortunata? Compárale al inicio del
episodio (que se corresponde con el texto que has leído) con el del final
cuando se enfrenta a su tía.
2-¿Qué
importancia tiene el amor en este cambio (fíjate en lo que dice del amor en la
conversación que tiene en la cocina con la criada)?
3-¿Le
importa lo que la gente piense de su relación con Fortunata?
- Una vez hecho este análisis de las personalidades y
motivaciones de los personajes, podemos sacar varias conclusiones sobre lo que
opina Galdós del amor:
1-
¿Qué es para él el amor? En el minuto 35 del episodio encontrarás pistas para
esta pregunta 2-
¿Qué ingrediente crees que, según él debe primar en el amor: el físico, el
espiritual o ambos? Justifica tu respuesta y fíjate que por algún motivo fallan
las tres relaciones de la novela (Fortunata-Juan; Fortuna-Maxi; Jacinta-Juan):
explica qué es lo que no funciona en cada una de estas tres relaciones (lo
físico, lo espiritual o ambas)
- CONFLICTOS SOCIALES
1-¿Qué
periodo de la historia de España se desarrolla la historia?
2-¿Qué
opina Galdós de la sociedad española de la época, a qué grupos sociales critica
más y por qué?
TEXTO 1
1- A través del comportamiento que Juan
Santa Cruz tiene con Fortunata, Galdós hace una reflexión de carácter social:
¿Qué paralelismos encuentras entre la relación entre Juan Santa Cruz y
Fortunata y la que existía entre la burguesía y el pueblo llano?
En
el siguiente texto, el propio Santa Cruz, cuando le habla a Jacinta de su
relación con Fortunata, da claves para responder a esta pregunta:
Yo la perdí... sí... que conste también; es preciso que cada
cual cargue con su responsabilidad... Yo la perdí, la engañé, le dije mil
mentiras, le hice creer que me iba a casar con ella. ¿Has visto?... ¡Si seré
pillín!... Déjame que me ría un poco... Sí, todas las papas que yo le decía, se
las tragaba... El pueblo es muy inocente, es tonto de remate, todo se lo cree
con tal que se lo digan con palabras finas... La engañé, le garfiñé su honor, y
tan tranquilo. Los hombres, digo, los señoritos, somos unos miserables; creemos
que el honor de las hijas del pueblo es cosa de juego... No me pongas esa cara,
vida mía. Comprendo que tienes razón; soy un infame, merezco tu desprecio;
porque... lo que tú dirás, una mujer es siempre una criatura de Dios,
¿verdad?... y yo, después que me divertí con ella, la dejé abandonada en medio
de las calles... justo... su destino es el destino de las perras... Di que
sí».(...)
Alzó
entonces la cabeza, y tomó un aire más tranquilo.
—Seamos francos; la
verdad ante todo... me idolatraba. Creía que yo no era como los demás, que era
la caballerosidad, la hidalguía, la decencia, la nobleza en persona, el acabose
de los hombres... ¡Nobleza, qué sarcasmo! Nobleza en la mentira; digo que no
puede ser... y que no, y que no. ¡Decencia porque se lleva una ropa que llaman
levita!... ¡Qué humanidad tan farsante! El pobre siempre debajo; el rico hace
lo que le da la gana. Yo soy rico... di que soy inconstante...
En la
novela también se hace una reflexión absolutamente moderna sobre el papel de la
mujer en la sociedad española de la época. En los dos siguientes
textos puedes encontrar algunas claves para responder a la pregunta anterior.
Léelos y contesta las preguntas
TEXTO 2
1-
¿Cuál es el problema de la familia de Jacinta?
2-
¿Cuál es la única solución que encuentra su padre?
He dicho que eran nueve.
Falta consignar que de estas nueve cifras, siete correspondían al sexo
femenino. ¡Vaya una plaga que le había caído al bueno de Gumersindo! ¿Qué hacer
con siete chiquillas? Para guardarlas cuando fueran mujeres, se necesitaba un
cuerpo de ejército. ¿Y cómo casarlas bien a todas? ¿De dónde iban a salir siete
maridos buenos? Gumersindo, siempre que de esto se le hablaba, echábalo a
broma, confiando en la buena mano que tenía su mujer para todo. «Verán -decía-,
cómo saca ella de debajo de las piedras siete yernos de primera». Pero la
fecunda esposa no las tenía todas consigo. Siempre que pensaba en el porvenir
de sus hijas se ponía triste; y sentía como remordimientos de haber dado a su
marido una familia que era un problema económico. (...)
TEXTO
3
1- ¿Jacinta había recibido una
educación apropiada?
2- ¿Crees que hay mucha
diferencia desde el punto de vista educativo entre Fortunata y Jacinta?
3- Por tanto, ¿Cuál es el papel de
la mujer en esa sociedad?
Jacinta no tenía ninguna especie de erudición. Había leído muy pocos libros.
Era completamente ignorante en cuestiones de geografía artística; y sin
embargo, apreciaba la poesía de aquella región costera mediterránea que se
desarrolló ante sus ojos al ir de Barcelona a Valencia
CAPÍTULO 4 MINUTO 34
1-
En la escena que tiene Maximiliano con la criada (minuto 34 del capítulo 4),
expresa su opinión sobre los señoritos que como Santa Cruz se
aprovechan de las mujeres pobres, ¿qué opina de ellos?
2- Luego en el minuto 40
habla de las causas que provocan que mujeres como Fortunata se prostituyan,
¿cuáles son?
3- Efectivamente Maximiliano trata a Fortunata
como nadie lo ha hecho y menos Santa Cruz (fíjate en que se preocupa por
enseñarla a leer). Por otro lado, en la conversación con la criada,
(minuto 34) Maximiliano se esfuerza en tomarle la lección y le
explica la necesidad de aprender a leer (cosa que en una mujer era muy
moderno para la la época). Por tanto, a través del
personaje de Maximiliano (típico representante de la escasa clase media de la
España de la Restauración), Galdós nos habla de la importancia que debe
tener este grupo social en la resolución de las injusticias sociales
del país ¿Cuál crees que, para Galdós, debe ser el papel de la clase
media para ayudar a acabar con esas injusticias?
4- El nacimiento del
hijo de Fortunata y Juan tiene muchos simbolismos sociales (recuerda lo que
dije de la estrecha relación entre las cuestiones personales y sociales de la
novela). Veamos dos.
- ¿Qué puede
simbolizar desde un punto de vista social el que Jacinta (burguesía)
no pueda dar un hijo a Juan y Fortunata (pueblo llano) sí?
- El hecho de que luego
Fortunata entregue su hijo a Jacinta también tiene mucha significación social:
¿qué simboliza un niño hijo de un rico y una pobre? Con este gesto generoso,
¿qué crees que nos está proponiendo Galdós para resolver las desigualdades
sociales en el futuro?
5- LEOPOLDO ALAS "CLARÍN": LA REGENTA
5.1- VIDA E IDEOLOGÍA: escribe los datos biográficos más importantes y di cuál era su ideología política:
5.2- LA REGENTA:
En el siguiente enlace tienes la versión que RTVE hizo de la novela. Son tres capítulos aunque con el último tendréis suficiente para haceros una idea de la novela:LA REGENTA SERIE
5.2.1- Resume su argumento: para ello céntrate en las relaciones entre Ana Ozores, Fermín de Pas, Álvaro Mesía y Víctor Quintanar.
5.2.2- Temas: Igual que hemos visto en Fortunata y Jacinta, en La Regenta hay dos planos: uno personal y otro social que le sirve de fondo.
- Conflictos personales: Analicemos primero la personalidad y motivaciones de los cuatro personajes principales:
- ANA OZORES (LA REGENTA)
- ¿Cómo es su carácter, en qué se diferencia del resto de vetustenses?
-¿Por qué no es feliz en Vetusta y en su matrimonio?
-¿ Qué busca en su relación con el Magistral?
-¿ Y con Álvaro Mesía?
-¿En qué situación personal se encuentra al terminar la novela?
- FERMÍN DE PAS (EL MAGISTRAL)
TEXTO 1
- ¿Tiene auténtica vocación religiosa? Te puede ayudar el siguiente texto: léelo y contesta las
preguntas: ¿Para qué utiliza su puesto en la Iglesia? ¿Qué significa que conocía una "Vetusta subterránea"? ¿Qué significaría para él convertirse en el confesor de la Regenta?
El Magistral conocía una especie de Vetusta subterránea: era la ciudad oculta de las conciencias. Conocía el interior de todas las casas importantes y de todas las almas que podían servirle para algo. Sagaz como ningún vetustense, clérigo o seglar, había sabido ir poco a poco atrayendo a su confesonario a los principales creyentes de la piadosa ciudad. Las damas de ciertas pretensiones habían llegado a considerar en el Magistral el único confesor de buen tono. Pero él escogía hijos e hijas de confesión. Tenía habilidad singular para desechar a los importunos sin desairarlos. Había llegado a confesar a quien quería y cuando quería. Su memoria para los pecados ajenos era portentosa.
Hasta de los morosos que tardaban seis meses o un año en acudir al tribunal de la penitencia, recordaba la vida y flaquezas. Relacionaba las confesiones de unos con las de otros, y poco a poco había ido haciendo el plano espiritual de Vetusta, de Vetusta la noble; desdeñaba a los plebeyos, si no eran ricos, poderosos, es decir, nobles a su manera. La Encimada era toda suya; la Colonia la iba conquistando poco a poco. Como los observatorios meteorológicos anuncian los ciclones, el Magistral hubiera podido anunciar muchas tempestades en Vetusta, dramas de familia, escándalos y aventuras de todo género. Sabía que la mujer devota, cuando no es muy discreta, al confesarse delata flaquezas de todos los suyos.
Así, el Magistral conocía los deslices, las manías, los vicios y hasta los crímenes a veces, de muchos señores vetustenses que no confesaban con él o no confesaban con nadie.
A más de un liberal de los que renegaban de la confesión auricular, hubiera podido decirle las veces que se había embriagado, el dinero que había perdido al juego, o si tenía las manos sucias o si maltrataba a su mujer, con otros secretos más íntimos. Muchas veces, en las casas donde era recibido como amigo de confianza, escuchaba en silencio las reyertas de familia, con los ojos discretamente clavados en el suelo; y mientras su gesto daba a entender que nada de aquello le importaba ni comprendía, acaso era el único que estaba en el secreto, el único que tenía el cabo de aquella madeja de discordia. En el fondo de su alma despreciaba a los vetustenses. «Era aquello un montón de basura». Pero muy buen abono, por lo mismo, él lo empleaba en su huerto; todo aquel cieno que revolvía, le daba hermosos y abundantes frutos.
La Regenta se le presentaba ahora como un tesoro descubierto en su propia heredad. Era suyo, bien suyo; ¿quién osaría disputárselo?
TEXTO 2
- Lee el siguiente fragmento que muestra a Fermín de Pas mirándose en el espejo mientras se lava y contesta a las preguntas: ¿Por qué dice que miraba con tristeza sus músculos de acero? ¿Qué conflicto interior muestra este fragmento? ¿Por qué se siente en la necesidad de vestirse poniéndose cuanto antes la ropa de cura?

Y al pensar esto, mirándose al espejo, mientras se lavaba y peinaba, De Pas sonreía con amargura mitigada por el dejo de optimismo que le quedaba de sus reflexiones de poco antes.
Estaba desnudo de medio cuerpo arriba. El cuello robusto parecía más fuerte ahora por la tensión a que le obligaba la violencia de la postura, al inclinarse sobre el lavabo de mármol blanco. Los brazos cubiertos de vello negro ensortijado, lo mismo que el pecho alto y fuerte, parecían de un atleta. El Magistral miraba con tristeza sus músculos de acero, de una fuerza inútil (...)
Mientras estaba lavándose, desnudo de la cintura arriba, don Fermín se acordaba de sus proezas en el juego de bolos, allá en la aldea, cuando aprovechaba vacaciones del seminario para ser medio salvaje corriendo por breñas y vericuetos; el mozo fuerte y velludo que tenía enfrente, en el espejo, le parecía un otro yo que se había perdido, que había quedado en los montes, desnudo, cubierto de pelo como el rey de Babilonia, pero libre, feliz.... Le asustaba tal espectáculo, le llevaba muy lejos de sus pensamientos de ahora, y se apresuró a vestirse. En cuanto se abrochó el alzacuello, el Magistral volvió a ser la imagen de la mansedumbre cristiana, fuerte, pero espiritual, humilde: seguía siendo esbelto, pero no formidable. Se parecía un poco a su querida torre de la catedral, también robusta, también proporcionada, esbelta y bizarra, mística; pero de piedra. Quedó satisfecho, con la conciencia de su cuerpo fuerte, oculto bajo el manteo epiceno y la sotana flotante y escultural.
TEXTO 3
Fíjate en cómo reacciona cuando se entera de que ha
sido infiel con Álvaro Masía:
1-
¿Por qué piensa que la Regenta era su legítima mujer?
2-
¿Qué significa " Cientos de papas, docenas de concilios, miles de
pueblos, millones de piedras de catedrales y cruces y conventos... toda la
historia, toda la civilización, un mundo de plomo, yacían sobre él, sobre sus
brazos, sobre sus piernas, eran sus grilletes.... "?

El Magistral estaba pensando que el cristal helado que oprimía su frente parecía un cuchillo que le iba cercenando los sesos; y pensaba además que su madre al meterle por la cabeza una sotana le había hecho tan desgraciado, tan miserable, que él era en el mundo lo único digno de lástima. La idea vulgar, falsa y grosera de comparar al clérigo con el eunuco se le fue metiendo también por el cerebro con la humedad del cristal helado. «Sí, él era como un eunuco enamorado, un objeto digno de risa, una cosa repugnante de puro ridícula.... Su mujer, la Regenta, que era su mujer, su legítima mujer, no ante Dios, no ante los hombres, ante ellos dos, ante él sobre todo, ante su amor, ante su voluntad de hierro, ante todas las ternuras de su alma, la Regenta, su hermana del alma, su mujer, su esposa, su humilde esposa... le había engañado, le había deshonrado, como otra mujer cualquiera; y él, que tenía sed de sangre, ansias de apretar el cuello al infame, de ahogarle entre sus brazos, seguro de poder hacerlo, seguro de vencerle, de pisarle, de patearle, de reducirle a cachos, a polvo, a viento; él atado por los pies con un trapo ignominioso, como un presidiario, como una cabra, como un rocín libre en los prados, él, misérrimo cura, ludibrio de hombre disfrazado de anafrodita, él tenía que callar, morderse la lengua, las manos, el alma, todo lo suyo, nada del otro, nada del infame, del cobarde que le escupía en la cara porque él tenía las manos atadas.... ¿Quién le tenía sujeto? El mundo entero.... Veinte siglos de religión, millones de espíritus ciegos, perezosos, que no veían el absurdo porque no les dolía a ellos, que llamaban grandeza, abnegación, virtud a lo que era suplicio injusto, bárbaro, necio, y sobre todo cruel... cruel.... Cientos de papas, docenas de concilios, miles de pueblos, millones de piedras de catedrales y cruces y conventos... toda la historia, toda la civilización, un mundo de plomo, yacían sobre él, sobre sus brazos, sobre sus piernas, eran sus grilletes.... Ana que le había consagrado el alma, una fidelidad de un amor sobrehumano, le engañaba como a un marido idiota, carnal y grosero.... ¡Le dejaba para entregarse a un miserable lechuguino, a un fatuo, a un elegante de similor, a un hombre de yeso... a una estatua hueca!... Y ni siquiera lástima le podía tener el mundo, ni su madre que creía adorarle, podía darle consuelo, el consuelo de sus brazos y sus lágrimas.... Si él se estuviera muriendo, su madre estaría a sus pies mesándose el cabello, llorando desesperada; y para aquello, que era mucho peor que morirse, mucho peor que condenarse... su madre no tenía llanto, abrazos, desesperación, ni miradas siquiera... Él no podía hablar, ella no podía adivinar, no debía.... No había más que un deber supremo, el disimulo; silencio... ¡ni una queja, ni un movimiento! Quería correr, buscar a los traidores, matarlos... ¿sí? pues silencio... ni una mano había que mover, ni un pie fuera de casa.... Dentro de un rato sí, ¡a coro a coro! ¡Tal vez a decir misa... a recibir a Dios!». El Provisor sintió una carcajada de Lucifer dentro del cuerpo; sí, el diablo se le había reído en las entrañas... ¡y aquella risa profunda, que tenía raíces en el vientre, en el pecho, le sofocaba... y le asfixiaba!...
TEXTO 4
-Fíjate en este texto cómo es su relación con Álvaro Mesía:
el Magistral ve que su relación con la Regenta no va por buen camino y
entonces, desde la torre de la catedral, observa que llega Álvaro Mesía:
1-
¿Qué ve que tanto le molesta?
2-
¿Puede competir con la Regenta de igual a igual con Álvaro Mesía? ¿Por qué?
3-
¿Por qué dice que el confesionario era como un cepo?

Si don Álvaro perdía la esperanza, el Magistral tampoco estaba satisfecho. Veía muy lejos el día de la victoria; la inercia de Ana le presentaba cada vez nuevos obstáculos con que él no había contado. Además, su amor propio estaba herido. Si alguna vez había ensayado interesar a su amiga descubriéndole, o por vía de ejemplo o por alarde de confianza, algo de la propia historia íntima, ella había escuchado distraída, como absorta en el egoísmo de sus penas y cuidados. Más había; aquella señora que hablaba de grandes sacrificios, que pretendía vivir consagrada a la felicidad ajena, se negaba a violentar sus costumbres, saliendo de casa a menudo, pisando lodo, desafiando la lluvia; se negaba a madrugar mucho, y alegando como si se tratase de cosa santa, las exigencias de la salud, los caprichos de sus nervios. «El madrugar mucho me mata; la humedad me pone como una máquina eléctrica». Esto era humillante para la religión y depresivo para don Fermín; era, de otro modo, un jarro de agua que le enfriaba el alma al Provisor y le quitaba el sueño.
Una tarde entró De Pas en el confesonario con tan mal humor, que Celedonio el monaguillo le vio cerrar la celosía con un golpe violento. Don Fermín bajaba del campanario, donde, según solía de vez en cuando, había estado registrando con su catalejo los rincones de las casas y de las huertas. Había visto a la Regenta en el parque pasear, leyendo un libro que debía de ser la historia de Santa Juana Francisca, que él mismo le había regalado. Pues bien, Ana, después de leer cinco minutos, había arrojado el libro con desdén sobre un banco.
—¡Oh! ¡oh! ¡estamos mal!—había exclamado el clérigo desde la torre: conteniendo en seguida la ira, como si Ana pudiera oír sus quejas. Después habían aparecido en el parque dos hombres, Mesía y Quintanar. Don Álvaro había estrechado la mano de la Regenta que no la había retirado tan pronto como debiera; «¡aunque no fuese más que por estar viéndolos él!». Don Víctor había desaparecido y el seductor de oficio y la dama se habían ocultado poco a poco entre los árboles, en un recodo de un sendero. El Magistral sintió entonces impulsos de arrojarse de la torre. Lo hubiera hecho a estar seguro de volar sin inconveniente. Poco después había vuelto a presentarse don Víctor, el tonto de don Víctor, con sombrero bajo y sin gabán, de cazadora clara, acompañado de don Tomás Crespo, el del tapabocas; los dos se habían ido en busca de los otros y los cuatro juntos se presentaron de nuevo, ante el objetivo del catalejo que temblaba en las manos finas y blancas del canónigo. Don Víctor levantaba la cabeza, extendía el brazo, señalaba a las nubes y daba pataditas en el suelo. Ana había desaparecido otra vez, había entrado en la casa, olvidando a Santa Juana Francisca sobre el banco, y a los dos minutos estaba otra vez allí con chal y sombrero; y los cuatro habían salido por la puerta del parque, que abrió Frígilis con su llave. ¡Iban al campo!
Cuando don Fermín se vio encerrado entre las cuatro tablas de su confesonario, se comparó al criminal metido en el cepo.
TEXTO 5
1-
¿Cómo ha influido su madre en el hecho de ser sacerdote?
2- La escena entre la criada y el Magistral
sugiere muchas cosas sobre la relación entre ellos y lo que les ordena su madre
a las criadas: ¿cuáles? En los años 90 RTVE hizo una serie basada en la novela.
Puedes visionar esta escena en el minuto 28

En casa el Magistral era el señorito. Así le nombraba el ama delante de los criados y era el tratamiento que ellos le daban y tenían que darle.
A doña Paula, que no siempre había sido señora, le sonaba mejor el señorito que un usía. Las doncellas de doña Paula venían siempre de su aldea; las escogía ella cuando iba por el verano al campo. Las conservaba mucho tiempo. La condición de dormir cerca del señorito, por si llamaba, se les imponía con una naturalidad edemíaca. Ni las muchachas ni el Magistral habían opuesto nunca el menor reparo. Los ojos azules, claros, sin expresión, muy abiertos, de doña Paula, alejaban la posibilidad de toda sospecha; por los ojos se le conocía que no toleraba que se pusiese en tela de juicio la pureza de costumbres de su hijo y la inocencia de su sueño; ni al mismo Provisor le hubiera consentido media palabra de protesta, ni una leve objeción en nombre del qué dirán. ¿Qué habían de decir? Allí la castidad de ella, que era viuda, y la de su hijo, que era sacerdote, se tenían por indiscutibles; eran de una evidencia absoluta; ni se podía hablar de tal cosa. «Don Fermín continuaba siendo un niño que jamás crecería para la malicia». Este era un dogma en aquella casa. Doña Paula exigía que se creyera que ella creía en la pureza perfecta de su hijo. Pero todo en silencio.
Teresina entró abrochando los corchetes más altos del cuerpo de su hábito negro (de los Dolores) y en seguida ató cerca de la cintura en la espalda el pañuelo de seda también negro que le cruzaba el pecho.
—¿Qué quería el señorito? ¿se siente mal? ¿traeré ya el café?
—¿Yo?... hija mía... no... no he llamado.
Teresina sonrió. Se pasó una mano mórbida y fina por los ojos, abrió un poco la boca, y añadió:
—Apostaría... haber oído....
—No, yo no. ¿Qué hora es?
Teresina miró al reloj que estaba sobre la cabeza del Magistral. Le dijo la hora y ofreció otra vez el café, todo sonriendo con cierta coquetería, contenida por la expresión de piedad que allí era la librea.
—¿Y madre?—Duerme. Se acostó muy tarde. Como están con las cuentas del trimestre....
—Bien; tráeme el café, hija mía.
Teresina, antes de salir, puso orden en los muebles, que no pecaban de insurrectos, que estaban como ella los había dejado el día anterior; también tocó los libros de la mesa, pero no se atrevió con los que yacían sobre las sillas y en el suelo. Aquéllos no se tocaban. Mientras Teresina estuvo en el despacho, el Magistral la siguió impaciente con la mirada, algo fruncido el entrecejo, como esperando que se fuera para seguir trabajando o meditando.
Hasta que tuvo el café delante no recordó que él solía decir misa; que era un señor cura. ¿La tenía? ¿Había prometido decirla? No pudo resolver sus dudas. Pero la seguridad con que Teresa procedía le tranquilizó.
Ni doña Paula ni Teresa olvidaban jamás estos pormenores. Ellas eran las encargadas de oír la campana del coro, de apuntar las misas, de cuanto se refería a los asuntos del rito. De Pas cumplía con estos deberes rutinarios, pero necesitaba que se los recordasen. ¡Tenía tantas cosas en la cabeza! Sus olvidos eran dentro de casa, porque fuera se jactaba de ser el más fiel guardador de cuanto la Sinodal exigía, y daba frecuentes lecciones al mismo maestro de ceremonias.
Tomó el café y se levantó para dar algunos paseos por el despacho; quería distraerse, sacudir aquellos pensamientos importunos que no le permitían adelantar en su trabajo.
Teresina entraba y salía sin pedir permiso, pero andaba por allí como el silencio en persona; no hacía el menor ruido. Llevó el servicio del café, volvió a buscar un jarro de estaño y el cubo del lavabo; entró de nuevo con ellos y una toalla limpia. Entró en la alcoba, dejando las puertas de cristales abiertas, y se puso a levantar la cama, operación que consistía en sacudir las almohadas y los colchones, doblar las sábanas y la colcha y guardarlas entre colchón y colchón, tender una manta sobre el lecho y colocar una sobre otras las almohadas sacudidas, pero sin funda. El Magistral dormía algunos días la siesta, y doña Paula, por economía, le preparaba así la cama. Hacerla formalmente hubiera sido un despilfarro de lavado y planchado.
Don Fermín volvió a sentarse en su sillón. Desde allí veía, distraído, los movimientos rápidos de la falda negra de Teresina, que apretaba las piernas contra la cama para hacer fuerza al manejar los pesados colchones. Ella azotaba la lana con vigor y la falda subía y bajaba a cada golpe con violenta sacudida, dejando descubiertos los bajos de las enaguas bordadas y muy limpias, y algo de la pantorrilla. El Magistral seguía con los ojos los movimientos de la faena doméstica, pero su pensamiento estaba muy lejos. En uno de sus movimientos, casi tendida de brazos sobre la cama, Teresina dejó ver más de media pantorrilla y mucha tela blanca. De Pas sintió en la retina toda aquella blancura, como si hubiera visto un relámpago; y discretamente, se levantó y volvió a sus paseos. La doncella jadeante, con un brazo oculto en el pliegue de un colchón doblado, se volvió de repente, casi tendida de espaldas sobre la cama. Sonreía y tenía un poco de color rosa en las mejillas.
—¿Le molesta el ruido, señorito?
El Magistral miró a la hermosa beata que en aquel momento no conservaba ningún gesto de hipocresía. Apoyando una mano en el dintel de la puerta de la alcoba, dijo el amo sonriente como la criada:
—La verdad, Teresina... el trabajo de hoy es muy importante. Si te es igual, vuelve luego, y acabarás de arreglar esto cuando yo no esté.
—Bien está, señorito, bien está—respondió la criada, muy seria, con voz gangosa y tono de canto llano.
Y con mucha prisa, haciendo saltar la ropa cerca del techo, acabó de levantar la cama y salió de las habitaciones del señorito.
- DON ÁLVARO MESÍA
-¿A qué clase social representa en la novela,?
-¿Por qué quiere conquistar a la Regenta?¿Está realmente enamorado de ella?
- DON VÍCTOR QUINTANAR
- ¿Cómo es su relación con su mujer?¿La satisface sexualmente?
- Una vez analizadas las principales relaciones de la novela, ¿por qué crees que fracasan todas? Explica cada una de ellas: la Regenta-el Magistral; la Regenta-Álvaro Mesía; la Regenta-Víctor quintanar

- Conflictos sociales:
- ¿Qué tipo de ciudad española simboliza Vetusta? Busca en el diccionario el significado de "vetusto" y di por qué crees que Clarín la llamó así?
- Opinión sobre la Iglesia:
TEXTO 1
1-
¿Los miembros del coro de la Catedral tienen auténtica vocación o rezan como si
fuera una obligación laboral?
2-
¿Se llevan bien entre ellos?
3-
¿Qué crees que critica Clarín de la Iglesia?


El coro había terminado: los venerables canónigos dejaban cumplido por aquel día su deber de alabar al Señor entre bostezo y bostezo. Uno tras otro iban entrando en la sacristía con el aire aburrido de todo funcionario que desempeña cargos oficiales mecánicamente, siempre del mismo modo, sin creer en la utilidad del esfuerzo con que gana el pan de cada día. El ánimo de aquellos honrados sacerdotes estaba gastado por el roce continuo de los cánticos canónicos, como la mayor parte de los roquetes, mucetas y capas de que se despojaban para recobrar el manteo. Se notaba en el cabildo de Vetusta lo que es ordinario en muchas corporaciones: algunos señores prebendados no se hablaban; otros no se saludaban siquiera. Pero a un extraño no le era fácil conocer esta falta de armonía: la prudencia disimulaba tales asperezas, y en conjunto reinaba la mayor y más jovial concordia. Había apretones de mano, golpecitos en el hombro, bromitas sempiternas, chistes, risas, secretos al oído. Algunos, taciturnos, se despedían pronto y abandonaban el templo; no faltaba quien saliera sin despedirse.

- Opinión sobre la burguesía y la nobleza:
TEXTO 2
1- ¿Se llevan mal la nobleza y la burguesía? Justifica tu respuesta
2- ¿Por qué Ana no se podrá casar con un noble?
3- ¿A qué debe aspirar?
Las señoritas nobles no envidiaban mucho a Anita, porque era pobre. Para ellas la hermosura era cosa secundaria; daban más valor a la dote y a los vestidos, y creían que las proporciones—los novios aceptables—harían lo mismo. Sabían a qué atenerse. En las tertulias, en los bailes, en las excursiones campestres no le faltarían a la sobrina adoradores; los muchachos de la aristocracia eran casi todos libertinos más o menos disimulados; les atraería la hermosura de Ana, pero no se casarían con ella. Cada niña aristócrata no necesitaba más cuidado que prohibir a su novio formal—el futuro esposo—hacer el amor a la huérfana, a lo menos en presencia de su futura. Si Anita se descuidaba, pensaban las herederas, podía verse comprometida sin ninguna utilidad. Dentro de la nobleza no era probable que se casara. Los nobles ricos buscaban a las aristócratas ricas, sus iguales; los nobles pobres buscaban su acomodo en la parte nueva de Vetusta, en la Colonia india, como llamaban al barrio de los americanos los aristócratas. Un indiano plebeyo, un vespucio—como también los apellidaban—pagaba caro el placer de verse suegro de un título, o de un caballero linajudo por lo menos.
El cálculo de las tías respecto al matrimonio de Ana no se había modificado a pesar de la gran hermosura de su sobrina. Por guapa no se casaría con un noble; era preciso abdicar, dejarla casarse con un ricacho plebeyo. Entre tanto, se necesitaba mucha vigilancia y tener advertida a la niña
TEXTO 3
Lee el siguiente fragmento situado al final de la novela cuando ya se ha desencadenado todo y contesta a las preguntas:
1- ¿Les había alegrado a los vetustenses que la Regenta cayera en el adulterio y sus posteriores consecuencias?
2- ¿Lo reconocían o fingían escándalo y horror?
3- ¿Por qué crees que reaccionan así?
4- ¿Qué característica de la sociedad crítica Clarín con esto?
Vetusta la noble estaba escandalizada, horrorizada. Unos a otros, con cara de hipócrita compunción, se ocultaban los buenos vetustenses el íntimo placer que les causaba aquel gran escándalo que era como una novela, algo que interrumpía la monotonía eterna de la ciudad triste. Pero ostensiblemente pocos se alegraban de lo ocurrido. ¡Era un escándalo! ¡Un adulterio descubierto! ¡Un duelo! ¡Un marido, un ex-regente de Audiencia muerto de un pistoletazo en la vejiga! En Vetusta, ni aun en los días de revolución había habido tiros. No había costado a nadie un cartucho la conquista de los derechos inalienables del hombre. Aquel tiro de Mesía, del que tenía la culpa la Regenta, rompía la tradición pacífica del crimen silencioso, morigerado y precavido. «Ya se sabía que muchas damas principales de la Encimada y de la Colonia engañaban o habían engañado o estaban a punto de engañar a su respectivo esposo, ¡pero no a tiros!». La envidia que hasta allí se había disfrazado de admiración, salió a la calle con toda la amarillez de sus carnes. Y resultó que envidiaban en secreto la hermosura y la fama de virtuosa de la Regenta no sólo Visitación Olías de Cuervo y Obdulia Fandiño y la baronesa de la Deuda Flotante, sino también la Gobernadora, y la de Páez y la señora de Carraspique y la de Rianzares o sea el Gran Constantino, y las criadas de la Marquesa y toda la aristocracia, y toda la clase media y hasta las mujeres del pueblo... y ¡quién lo dijera! la Marquesa misma, aquella doña Rufina tan liberal que con tanta magnanimidad se absolvía a sí misma de las ligerezas de la juventud... ¡y otras!
Hablaban mal de Ana Ozores todas las mujeres de Vetusta, y hasta la envidiaban y despellejaban muchos hombres con alma como la de aquellas mujeres. Glocester en el cabildo, don Custodio a su lado, hablaban de escándalo, de hipocresía, de perversión, de extravíos babilónicos; y en el Casino, Ronzal. Foja, los Orgaz echaban lodo con las dos manos sobre la honra difunta de aquella pobre viuda encerrada entre cuatro paredes.
Obdulia Fandiño, pocas horas después de saberse en el pueblo la catástrofe, había salido a la calle con su sombrero más grande y su vestido más apretado a las piernas y sus faldas más crujientes, a tomar el aire de la maledicencia, a olfatear el escándalo, a saborear el dejo del crimen que pasaba de boca en boca como una golosina que lamían todos, disimulando el placer de aquella dulzura pegajosa.
«¿Ven ustedes? decían las miradas triunfantes de la Fandiño. Todas somos iguales».
TEXTO 4
1-
¿Qué sistema político representan Don Álvaro y el Marqués de Vegallana?
(recuerda lo que viste del caciquismo en el contexto histórico).
2-
¿Había alguna diferencia si gobernaban unos u otros?
El marqués de Vegallana era en Vetusta el jefe del partido más reaccionario entre los dinásticos; pero no tenía afición a la política y más servía de adorno que de otra cosa. Tenía siempre un favorito que era el jefe verdadero. El favorito actual era (¡oh escándalo del juego natural de las instituciones y del turno pacífico!) ni más ni menos, don Álvaro Mesía, el jefe del partido liberal dinástico. El reaccionario creía resolver sus propios asuntos y en realidad obedecía a las inspiraciones de Mesía. Pero este no abusaba de su poder secreto. Como un jugador de ajedrez que juega solo y lo mismo se interesa por los blancos que por los negros, don Álvaro cuidaba de los negocios conservadores lo mismo que de los liberales. Eran panes prestados. Si mandaban los del Marqués, don Álvaro repartía estanquillos, comisiones y licencias de caza, y a menudo algo más suculento, como si fueran gobierno los suyos; pero cuando venían los liberales, el marqués de Vegallana seguía siendo árbitro en las elecciones, gracias a Mesía, y daba estanquillos, empleos y hasta perbendas.
Así era el turno pacífico en Vetusta, a pesar de las apariencias de encarnizada discordia. Los soldados de fila, como se llamaban ellos, se apaleaban allá en las aldeas, y los jefes se entendían, eran uña y carne. Los más listos algo sospechaban, pero no se protestaba, se procuraba sacar tajada doble, aprovechando el secreto
